jueves, 11 de mayo de 2017

Ted en África y Entrevista a "Mudo" (Parte 1)

A partir de ahora, entre otras cosas tengo intención de publicar recortes de prensa, entradas de la web de Ted Simon y artículos y traducirlos al español. Aquí va el primero de ellos sobre el paso de Ted por África en 1974 y a continuación la primera parte de una entrevista al gran Luis Miguel Ballesteros, el conocido por todos "Mudo".

12 mayo 1974

EL MIEDO QUE ARRUINA SUDÁFRICA

TED SIMON salió de Londres el pasado mes de octubre para viajar en una moto Triumph de 500 cc alrededor del mundo. Ha estado en Sudáfrica los dos últimos meses atrapado por la crisis del petróleo, causa por la cual su viaje transatlántico fue cancelado. Esta semana, sin embargo, salió de Lourenço Marques, en la colonia portuguesa de Mozambique, hacia el puerto brasileño de Fortaleza. Aquí, nos narra su viaje por África.

ARTÍCULO:

MI VIAJE por África comenzó con una guerra y terminó con una revolución. En el periodo posterior al golpe de estado portugués, Lourenço Marques estalla en un moderado alboroto alimentado por una manifestación diaria. Los estudiantes agitan manifiestos. Las antiguas colonias aprietan las mandíbulas y se les hinchan las venas.
Pero la vida aquí es lenta y agradable. Nadie quiere problemas y no habría razón alguna para exigir nada a no ser por esa antigua y horrenda pesadilla que envenena la atmósfera y que atormenta al hombre blanco por todo el sur de África: el sueño de hombres de raza negra en un frenesí tribal, que pululan por la jungla en la noche sedientos de la sangre de los colonos.
Eso es lo que diferencia la vida del norte y del sur del Zambeze. Pasé seis semanas viajando por Kenia, Tanzania y Zambia, recorrí seis mil cuatrocientos kilómetros desde el ardiente y polvoriento norte hasta los ranchos y los maizales del sur. Me encontré con médicos, hombres de negocios, granjeros, misioneros, asesores del gobierno, profesores... se quejaban, claro, protestaban sobre la escasez y contaban historias interminables sobre la ineficacia e insensatez africana.
Sin embargo, no encontré ni un solo europeo que se quisiera marchar. Ni ningún africano ansioso por verlos ir. Ambos lo saben. Piensan que los africanos y europeos son semejantes, Idi Amin es una aberración tragicómica.
Al sur de la frontera todo cambia. Hay miedo y hostilidad, se habla sin parar de terrorismo y problemas raciales. Amin es el ejemplo universal de lo que se espera de un gobierno africano. Una y otra vez me pedían que describiera los problemas que había tenido en el norte. Incredulidad, incluso decepción, por no haberme encontrado ninguno. El primer hombre blanco que me encontré en Rodesia fue en las cataratas Victoria, era carnicero. Le compré un buen filete por quince peniques. «¿Cree usted, al igual que yo, que somos víctimas de una conspiración comunista?».
Viajar solo en moto a lo largo de un desconocido y vasto continente parece una empresa peligrosa. Las perspectivas me asustaban más de lo que me atrevía a admitir. Cuando estalló la Guerra de Oriente Medio el mismo día en el que yo partía de Londres me pareció una terrible profecía. Ahora, más de veintidós mil kilómetros después y siete meses transcurridos, sé que esta es la aventura más gratificante que yo podría esperar. Nunca antes había tenido tanta fe en la generosidad humana, y dudo que haya un solo individuo, sabio o salvaje, al que no pueda mirar con la seguridad de que me va ayudar. 
Solo, cubierto de polvo, cansado, desarmado y generoso; no he encontrado a nadie que rechazara ayudarme o me considerara una amenaza. Quizá he sido afortunado, quizá he sido más cauto sin darme cuenta, pero he llegado a la conclusión de que por mucha seguridad que un hombre lleve consigo, no competirá con lo que libera un buen estado de ánimo.
Sólo una vez pareció que el viaje fuera a finalizar repentinamente, cuando cuatro hombres cogieron la moto y la zarandearon de mala manera entre dos ferris; mientras maldecían y juraban a punto estuvieron de perder la preciosa carga en el fondo del Nilo.
Por todas partes se me abría el camino. Mi entrada a Egipto fue un triunfo positivo. No me iban a permitir entrar. En todos los consulados insistían que sería imposible, dieciséis mil kilómetros de carretera, desde Trípoli hasta la frontera, con militares y policías siempre rondando por ellas (sin mencionar los beduinos descalzos que van en Mercedes). Incontables veces me han parado y me han pedido el pasaporte, a menudo mirándolo al revés. Mi visado me prohibía expresamente cruzar la frontera por tierra. Sin embargo fui bienvenido gracias a que el mismo Sadat me esperaba, tuve que pasar por miles de complejas formalidades que nunca antes había conocido. Y todo ello mientras me ponían un vaso de té entre las manos.
Mi alegría era tan enorme que me volví negligente. Una noche, en la carretera que va a Mersa Matruh, perdí todos mis documentos y papeles, también perdí el dinero que llevaba en metálico. Un auténtico desastre. Aunque, después de dos horas de rebuscar por toda la carretera, alumbrando con el faro de la moto, encontré los documentos debajo de un arbusto, allí donde el ladrón los había tirado. Las 20 libras no estaban, tenía a Alá de mi lado.
Desde Sudán, hacia el sur, empecé a encontrar animales con frecuencia. Una noche, mientras dormía al raso, me desperté petrificado, a mi alrededor un rebaño de camellos caminaban con delicadeza a mi alrededor pasándome por encima sin pisarme. En Etiopía vi hienas. Más al sur, jirafas que galopaban a cámara lenta desafiando la gravedad. En Tanzania tuve un encuentro con un elefante desconfiado. Y en la pista hacia Rodesia me encontré a mí mismo persiguiendo a un pequeño canguro. Bueno, no era un canguro, por supuesto, pero yo nunca había oído hablar de la liebre saltadora. ¿Cómo iba a saberlo?
En la recientemente asfaltada «pista del infierno» que va desde Dar as Salam a Lusaka adelanté a docenas de convoyes chinos (de color caqui rotulados con ideogramas chinos) y pude atisbar el ferrocarril que están construyendo desde Copper Belt hasta la costa oriental, era tan esmerado como una letra oriental. Peones chinos con sombreros de paja, caricaturas enigmáticas, estaban trabajando a cientos en rampas y viaductos. Los chinos fueron las únicas personas en África con quienes no tuve contacto alguno.
En las cataratas Victoria intenté romper el bloqueo y pasar a través del puente de Livingstone pero fui firmemente rechazado y tuve que hacer el habitual rodeo de ciento sesenta kilómetros hacia Botsuana y volver a Rodesia. En el ferri de Kazangula me encontré con un grupo de sudafricanos cruzando la frontera de Zambia con pasaportes sudafricanos. Tiempo después, en Sudáfrica, estas novedades fueron recibidas con asombro. La mayor parte de la gente allí está convencida (con cierta justificación) que sus pasaportes les han hecho prisioneros de su propio país. Un viaje a Zambia les haría mucho bien.
Irónicamente la frontera de Sudáfrica fue la que me dio más problemas. Primero fui declarado «persona prohibida» por no llevar un billete de vuelta. En vez de la prueba evidente que supone el estar viajando alrededor del mundo me vi obligado a prestar al gobierno sudafricano 220 libras. Y todavía hubo más cosas. Yo llevaba conmigo una espada, una misión quijotesca, esa espada era de un amigo de El Cairo que me pidió que se la entregara a su hermano en Brasil.
Un regordete afrikáner me la quiso confiscar. Discutimos. Entonces su compañero se inclinó sobre él y le susurró «¿Por qué no le preguntas a tu padre?» Papá era el jefe de aduanas. Se reunieron todos juntos en la oficina para admirar el arma, una espada de ceremonias fabricada en Birmingham, mientras el chico intentaba practicar unos golpes con ella.
«Si permitimos que te la quedes» le dijo, «¿cómo vamos a impedir que los nativos las quieran tener?»
Acordaron que podía llevármela en el barco dentro de su vaina. Nunca olvidaré al chico dando saltos de dolor al derramársele encima de los muslos el lacre con el que selló la funda, además de sobre su impoluta vestimenta deportiva. En su desesperación gritaba: «¡normalmente tenemos un nativo que hace esto!» Tres veces me dijo que iría «directo a la cárcel» si la espada se perdía, la robaban o los sellos de lacre se rompían.
Cuando, finalmente, salí de Sudáfrica nadie tuvo interés en ver la espada, pero me costó un maldito esfuerzo recuperar las 220 libras.
A pesar de eso, los sudafricanos me parecieron tan buenos y agradables como cualquiera, blanco, negro o «de otro color». Me he pasado allí dos meses persiguiendo un pasaje a Brasil, por Johannesburgo y Ciudad del Cabo y recorriendo más de tres mil doscientos kilómetros por la costa hacia Suazilandia. En conclusión, sólo el apartheid y el miedo arruinan este, por otro lado, espléndido país.
La última edición de una publicación semanal para granjeros recomienda construir un muro como «La Gran Muralla China» que cruce África de costa a costa para proteger su forma de vida. Son los granjeros, la mayoría afrikáners, los que mantienen a los nacionalistas en el poder. No sorprende que en Port Elizabeth un hombre «de color» no pudiera evitar repetir: «tío, esos holandeses son unos estúpidos».

www.interfolio.es







Cuando pensé en escribir un blog sobre mis experiencias en el mundo de la moto, pensé que para mi sería un placer poder entrevistar al gran "Mudo" , Luis Miguel Ballesteros, persona entrañable y querida por todo el que tiene la suerte de conocerle. Amigo de sus amigos, siempre imprescindible en los eventos relacionados con el mundo de la moto y siempre apoyando a quien presente un libro, inaugure una tienda, presente un documental etc. etc. etc.
Y como no, tenía también muy claro donde hacerle su entrevista. No podía ser en otro sitio que en su mítico garaje,en su Alcalá de Henares natal, todo un museo de la moto donde las horas vuelan viendo fotos, recortes de prensa, trofeos, libros y miles y miles de recuerdos de Mudo en sus años como Motorista.
Para mi Mudo es un amigo, pero no cualquier amigo. Es quien gracias a su humor, su cariño, su humildad, su pasión me introdujo hasta la cocina de la Moto y me abrió a este apasionante mundo. Soy incapaz de recordar tantos y tantos momentos, tantas y tantas risas a su lado por lo numeroso. No me quiero extender porque quien tiene todo que contar, es él y podréis imaginar por qué se le llama "Mudo" y no es precisamente por ser tímido y cortado como él siempre dice......

ENTREVISTA (Parte 1)

¿Te acuerdas cómo y dónde nos conocimos?

Pingúinos , sin querer. No nos conocíamos y coincidimos en el stand de Antonio Maeso, iba yo con la chaqueta  de pingüino y el gorro Friki y todo tímido y cortado te dije..."que soy el de la moto" ,nos pasamos las credenciales y te presenté a Dios, Luis Dios.


¿Cuál es tu primer recuerdo del mundo de las motos? 

Cuando me quemé en la Lube de mi padre. Tenía 4 años, gateando sobre ella, iba a echarle mi padre gasolina , se me ocurrió subirme donde él y sin querer me quemé la pantorrilla.Despúés ayudándole a poner la cadena de la moto, enredadando y un tiempo después tuve que hacer la Comunión, supe conducir la vespa y yo vestido de almirante de patera como digo, fui a la Iglesia conduciendo . Ibamos 4 en la moto.Tenía 7 años y un tiempo después, ya tenía 9 años, me hablaron de dos que iban a dar la vuelta al mundo en Vespa y recuerdo perfectamente cuando llegaron a Estados Unidos....hace unos años, en el Encuentro Grandes Viajeros de Navacerrada,  me encuentro con Antonio Venciana, uno de los dos que dieron aquella vuelta al mundo. Yo le dije "eres mi fan" y el me dijo no, yo soy tu fan cuando voy por ahí me dicen, ya estás de viaje, como el Mudo.

¿Cuál fue tu primera moto?

El Vespino. Dejé de estudiar y mi padre dijo que para trabajar me iban a pedir la mili para hacerte fijo en una fábrica así que me dio una carpeta y me compró un Vespino y me dijo, hale, de viajante.Le hablé de una Derbi....yo ya me había escapado al Jarama a ver como lo asfaltaban en el Vespino en el 67 pero con ganas de una Derbi, que finalmente mi padre compró y la transformamos en la "ETA" Escudería Tubarrillo de Alcalá" pero ese nombre que pusimos a la moto, con la cosa política, tuvimos que borrarlo de todos lados. hacíamos unos inventos tremendos con la moto con patas de mesas de cocina y lo que pillaramos, dentro de nuestras posibilidades y luego acabé la mili, entre a trabajar en la fábrica de Roca y me pude meter a comprar la Bultaco Matador, luego una Ducati. Llega la transición política y tuve que venderlas, recurrir a las Vespas y seguir viajando con ellas.Después tuve una BMW . Tuve una lesión en las cervicales pero fue mi madre quien se enteró de esta lesión porque se lo dijo el médico( no fui yo.Curiosamente la mandé a ella), quien le dijo que las motos quedaban prohibidas pero mi madre no me lo prohibió aunque fue lo que hizo que me comprara la Guzzi California, por ser más cómoda.

Háblame de la Dama Blanca y de Marí Tere (sus dos motos actuales)

A todos nos gusta poner un nombre propio a la moto, eso de la Ntx, Fzr siempre digo que los cuernos y las abreviaturas sólo lo sabe quien los pone.Para que las motos sean un poco más humanas, han de tener un nombre un poco más cariñoso. La Dama Blanca es italiana, grande, no le cambié la matrícula ( de Salamanca) porque rima, una moto blanca de Salamanca...de segunda mano.Y la Mari Tere, es mi Vespino y le puse ese nombre en recuerdo de una política que hubo vieja,seca y roja (color de la moto).

¿Te gustaría cambiar la Dama Blanca por otra moto?

Se perdería el romanticismo.Ahora he estado enredando por aquí con ella, metiendole mano.Como no tiene nada de electrónica, hago cosas como pegarle unos tornillos con Loctite que se habían aflojado del carenado.No quisiera cambiarla.Ahora hay más tecnología y ya tengo que tener en cuenta que tengo 64 años  y el peso de la moto se nota.hay tramos por carreteras sinuosas y se nota el problema que tengo por un esguince tonto que me hice andando por aquí por Alcalá cuando me escurrí. El freno de pie es dificultoso con el pie así. pero no lo sé, tendría que hacer números, la cosa no está boyante,y quisiera una un poquito más ligera pero todavía seguiré con la Dama.